Si miramos la oferta de cámaras fotográficas, incluyendo los cada vez más ubícuos teléfonos móviles con cámaras de un pentaquintillón de megapíxeles, vamos a encontrar dos aspectos que todas tienen en común:
Por una parte, buscan producir una foto tan viva y definida como sea posible para agradar a su amo dueño sin hacerlo trabajar de más, para lo que utilizan sofisticados algoritmos y post-procesos embebidos en la propia cámara que dejan el producto final, aunque bastante aceptable la mayor parte del tiempo, bastante alejado del control del fotógrafo.
Por otro lado, por un tema de conveniencia para el usuario, la imagen capturada y automáticamente post-procesada es almacenada en un formato muy universal, el JPEG, que tiene varias ventajas: es universal y no hay un dispositivo razonablemente moderno que no sea capaz de desplegarlo; permite almacenar fotos de muy alta resolución utilizando relativamente poca capacidad de almacenamiento gracias a la compresión que el formato permite, siendo posible llegar a un ratio de compresión de 1:10 o incluso mejor; y es un formato que admite una profundidad de color de 24 bits, suficientes para mostrar sobre 16 millones de colores diferentes. Sin embargo esto tiene un costo: la compresión de JPEG tiene pérdida, lo que significa que incluso desde que es capturada la imagen, cada vez que la imagen es guardada perderá información de manera progresiva.
Pero si mi foto se ve entera! Otra vez me estás mintiendo
Claro que la foto se ve entera. No la estamos cortando a la mitad, sino que el proceso de compresión aprovecha una limitación del ojo humano que permite eliminar hasta el 90% de la información capturada por la cámara, reduciendo de esta forma el tamaño en bytes de la imagen en disco, sin que podamos notar la diferencia. Sí, la cámara captura mucha información de color, luminosidad, matices, contrastes que el ojo humano no es capaz de distinguir. Ojo, eso sí, que el hecho que no puedas notar la diferencia a simple vista, no significa que la información que se descarta no sea visible. Una pequeña parte de la información que se pierde sí afecta visualmente a la imagen.
Y si no puedo distinguirla, ¿qué importa que se pierda?
Importa, y mucho. Si bien JPEG te deja con una foto útil, la información que sacrificaste es información que te podría permitir hacer muchos ajustes en la imagen para que quede como tú quieras y no como la cámara crea que es mejor. Sin esta información, los retoques posteriores que quieras hacer (desde recortar la imagen hasta corregir niveles, aplicar filtros, o lo que sea) se harán sobre una fracción de lo que vio la cámara y el resultado final no va a ser tan bueno como pudiera haber sido.
Y encima de todo, recuerda que cada vez que guardes los cambios que vayas haciendo, el proceso de compresión va a seguir degradando la imagen al descartar más y más información. Hazlo suficientes veces y la imagen resultante va a ser irreconocible (o inusable). El cambio es fácil de ver:
Que pase al estrado el formato RAW
RAW es un formato que, como su nombre lo dice, almacena cruda la información capturada por el sensor de tu cámara. Cruda, como en “sin procesar”, y especialmente “sin comprimir”, lo cual es una excelente noticia porque vas a tener un material de mucho mejor calidad para trabajar a continuación. Las cámaras reflex en su mayoría tienen soporte para RAW y algunas cámaras intermedias, mal llamadas semiprofesionales tanto por el retail como por los usuarios, lo soportan tambien de manera nativa. Mediante un poco de intervención en su firmware, algunas cámaras sin soporte RAW pueden incorporarlo. Incluso, hay software para Android que permite hacer fotos en RAW con tu teléfono.
Lamentablemente, RAW no es un estándar ni está tan masificado ni es tan fácil de manejar como el JPEG. Cada fabricante de cámaras tiene su propia implementación del formato RAW (si usas Canon, las fotos que hagas quedan guardadas en una poco conocida extensión “.CR2”; si usas Nikon, los archivos tendrán extensión “.NEF”). La buena noticia es que existe un estándar de facto, el Digital Negative (DNG) de Adobe, que permite hacer interoperables todas las distintas implementaciones de RAW. El software de revelado digital es, de todas formas, capaz de trabajar con todos.
¿Revelado digital? El revelado es un proceso quí-mi-co!
Bueno, sí. O sea, no. Esta información “cruda” que nos entrega RAW es equivalente a un negativo análogo (que al igual que su hermano digital, tiene muchísima más información que la que pasa al papel durante el positivado). Convertir este “negativo digital”, término un poco engañador ya que se ve en positivo siempre, en una foto terminada, es un proceso que se conoce como revelado digital y se hace con software especializado.
El revelado digital nos permite controlar al detalle todos los aspectos de la foto, aún después de capturada, en la medida que la información capturada por la cámara sea suficiente. ¿Quedó muy oscura o demasiado iluminada? Podemos usar la información extra para modificar la exposición por software, con un resultado practicamente igual a lo que habríamos conseguido ajustando la exposición en la toma. ¿La luz que había causó un desastre con el balance de blancos? Puedes cambiarlo sin problemas y recuperar una toma que de otra forma estaría perdida. Necesitas sobre-exponer o saturar un color o un tono en específico o modificar el contraste? Adelante. Lo mejor de todo? Todos estos cambios, incluso el recorte de la foto para ajustar la composición se logra de manera no destructiva. Esto quiere decir que 3 meses mas tarde te arrepentiste de haber cortado tanto una foto, o quieres experimentar con otras ideas, y toda la foto original, al igual que un negativo, está ahí sin importar como hayas terminado la foto antes. Lo anterior se debe a que la edición que se haces se “dibuja” en tiempo real en tu pantalla mientras estás haciendo el revelado, combinando la imagen original e instrucciones. La foto original no se cambia nunca. Esto, claro, requiere un poco más de potencia de procesamiento que hacerle un par de retoques a un JPEG en Photoshop.
Interesante. ¿TENGO que usar RAW?
Por supuesto que no. Probablemente para el 95% de la gente el JPEG directo desde la cámara basta y sobra. Pero si quieres tener control sobre tu trabajo, poder hacer y deshacer sin perder calidad, vale la pena experimentar.
La curva de aprendizaje con RAW es un poco más empinada y vas a requerir trabajar después de hacer la foto para terminarla. A eso súmale que el espacio en tu disco duro se va a llenar aceleradamente ya que para cada foto vas a ocupar más de un Megabyte por cada megapíxel efectivo de tu cámara (en lugar de ocupar un Megabyte por cada foto de 20 megapíxeles). La diferencia es abismante. Sin embargo, los resultados que puedes llegar a obtener son sencillamente superiores. Y mejor aún, son lo que tú quieres que sean.
OK. Me convenciste. ¿Qué necesito y qué puedo hacer?
No necesitas mucho:
- Que tu cámara pueda capturar en RAW y setearla para que lo haga
- Un software de revelado digital como Lightroom, Photomatix, Adobe Camera Raw, Aperture (para Mac), Darktable (para Linux) y muchos otros.
- Paciencia y ganas
Puedes hacer:
- Lo que quieras. Esto es equivalente a tener negativos tradicionales, tu propia ampliadora, filtros y papel fotográfico. El límite lo pones tú.
En próximos posts voy a comenzar a explorar con más detalle algunos casos de uso en que el RAW simplemente es salvador.
Un abrazo
2 thoughts on “El formato RAW y por qué debieras estar usándolo”